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Carmen Romano, sus amoríos y los excesos de la época priísta

Por Marco Antonio Olvera.-

Un ejemplo de los excesos que distinguieron a los gobiernos emanados del Partido Revolucionario Institucional (PRI) es Carmen Romano Nölck, esposa de José López Portillo, quien fue presidente de México de 1982 a 1988.

Basta recordar que tres meses antes de que concluyera el mandato de López Portillo, el 1 de diciembre de 1982, la señora Romano inició su mudanza de Los Pinos a su casa particular. Así, instaló una sala sala de exhibición de regalos finos y mandó editar un grueso folleto a todo color con las fotos de pinturas y demás objetos de arte que, es importante enfatizar, eran propiedad de la nación.

Nadie le exigió cuentas a Carmen Romano de López Portillo por apropiarse de esos bienes de México.

Y sí, durante los años en que fue primera dama de México, la señora Romano se distinguió por ser una mujer de excentricidades y excesos sin límite. Y una de esas peculiaridades era que, bajo el argumento de que tenía una gran pasión por la música, llegó a poseer hasta 32 pianos de cola.

Los funcionarios de aquel entonces recuerdan que, sin importar el lugar al que llegara, Carmen siempre hacía arreglos para tener un piano en su habitación, donde podía disfrutar de su pasión musical, surgida desde su infancia.

En el libro «La suerte de la consorte» de Sara Sefchovich, se relata un episodio curioso sobre la visita de Carmen a Europa, donde tuvo la oportunidad de tocar el piano que perteneció a Mozart, atreviéndose incluso a probar su sonido con la pieza musical conocida como «Los changuitos».

Durante su estancia en París, Carmen se hospedó en el prestigioso Hotel George V, pero se encontró con un problema: su piano de cola Steinweig no cabía en la habitación.

Sin demora, la primera dama solicitó permiso al gerente del hotel para derribar una pared y así poder acomodar su preciado instrumento, compensando los daños con una indemnización que alcanzó una suma considerable en dólares.

Durante los días siguientes, mientras López Portillo y su comitiva permanecían en la Ciudad Luz, Carmen pudo disfrutar de su piano de cola en la suite presidencial, dedicándose a tocar por las tardes.

El matrimonio entre López Portillo y Carmen Romano ya estaba fracturado desde los tiempos en que él era secretario de Hacienda.

Sin embargo, a fines de 1975, cuando José fue «destapado» como candidato presidencial del PRI, decidieron mantener una fachada de unidad y seguir adelante, a pesar de su irreconciliable desavenencia.

Llegaron a un acuerdo extraño, convirtiendo sus vidas en una suerte de «papalote», donde cada uno vivía independientemente del otro, sin intervenir en la vida aparente de su cónyuge.

Ambos mantuvieron múltiples relaciones extramatrimoniales, siendo la más conocida la de Carmen Romano con el «mentalista» Uri Geller, a quien ella otorgó la ciudadanía mexicana y ayudó a adquirir una residencia en Las Lomas de Chapultepec, convirtiéndolo en un hombre adinerado.

En su página web, Geller relata su primer encuentro con la ex primera dama en 1976, cuando López Portillo aún no asumía la presidencia.

Ella no era en absoluto lo que había estado esperando, confiesa. Había visto la fotografía de su esposo en enormes carteles por toda la ciudad y esperaba que la esposa de este hombre distinguido e inteligente fuera anciana, de cabello gris y vestida discretamente. «En cambio, vi a una mujer muy exótica y hermosa”, relata Geller.

Carmen explicó que mientras veía a Geller en televisión, su reloj se detuvo y una cuchara que sostenía su hijo se dobló, lo cual llamó su atención. Después de conversar durante varias horas en el

Inesperada sorpresa fue encontrarse con ella. Los gigantescos carteles que mostraban la figura de su esposo se habían esparcido por toda la ciudad, creando una imagen mental de una mujer mayor, de cabellos grises y vestimenta discreta, como la esposa de un hombre distinguido e inteligente.

Sin embargo, la realidad fue muy distinta, ya que se encontró con una mujer de exótica belleza, relata Geller.

Carmen Romano, al dar su explicación, mencionó que mientras observaba a su esposo en televisión, su reloj de repente se detuvo y una cuchara que su hijo sostenía se dobló inexplicablemente. Después de una conversación de varias horas en el hotel, Carmen llevó a Geller a su hogar, donde permanecieron durante mucho tiempo antes de salir a cenar en un restaurante.

Así fue como se inició una amistad que le permitió conocer al presidente saliente, Luis Echeverría Álvarez, a destacados empresarios y a personalidades del espectáculo.

Geller destaca que durante los años en que mantuvo amistad con la familia presidencial mexicana, informaba de inmediato a sus miembros sobre sus sueños en los que percibía posibles peligros, especialmente el de López Portillo.

En numerosos viajes, la primera dama era frecuentemente vista acompañada por el psíquico, lo que dio lugar a especulaciones acerca de una relación más allá de la amistad.

Ante estas afirmaciones, Geller publicó en su página web, donde comparte sus memorias: «Nos convertimos en auténticos amigos y ella confiaba en mí para compartir sus problemas y preocupaciones más íntimas, las cuales, a pesar de su riqueza y posición, tenía en su justa medida. Como cualquier otra persona, ella necesitaba alguien en quien confiar, y no es sorprendente que gradualmente empezaran a surgir rumores de que yo era algo más que un amigo de la familia», admitió.

Geller se convirtió en una figura constante en la prensa mexicana debido a su constante compañía a la primera dama, a quien llegó a apodar cariñosamente como «Muchy». Entre ellos existía una conexión especial que incluso los llevó a tener canciones favoritas: «Cuando salíamos a un restaurante, como solíamos hacerlo, su guardaespaldas solicitaba a la banda que interpretara alguna de esas melodías románticas de mariachi, o nuestra canción especial privada que decía: ‘Así es como, aha, aha, nos gusta’. Al hacerlo, ella se sentaba y me miraba como si quisiera revelar al mundo que estaba enamorada de mí. En una ocasión, sentí que sus gestos eran excesivos».

El modo en que la primera dama lo miraba en público llegó a incomodar a Geller, quien en una ocasión le pidió que no lo hiciera más, sobre todo porque las personas se daban cuenta. La respuesta de Carmen Romano fue contundente: «¡No me importa!».

El último romance conocido de Carmen Romano antes de abandonar Los Pinos fue con el capitán Ernesto Audifred, jefe de su equipo de escoltas.