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¿Cómo una fotografía, un radar de velocidad y una infracción de tránsito hicieron que una empleada de despacho terminara leyéndole historias a hospitalizados y personas de la tercera edad? Esto, que podría sonar al inicio de algún cuento, ha sido la realidad de Bertha Ramírez —automovilista desde antes de cumplir los 18— durante los últimos meses.
“Debía una multa y la UNAM me dio la oportunidad de saldar dicha deuda si tomaba un taller de lectura en voz alta en CU. Eran unas cuantas sesiones, en la Biblioteca Central, y la experiencia me cambió; me mostró cómo un relato, cuando se narra bien, es capaz de revolucionar sentimientos e ideas. Tiene poco que comencé a buscar asilos y hospitales donde contar historias. ¿Para qué? Para hacerles más llevaderos los días a quienes están ahí”.
En abril de 2019 arrancó en la Ciudad de México el programa Fotocívicas, que otorga 10 puntos a los vehículos capitalinos, los cuales se van sustrayendo con cada falta vial. Desde septiembre de ese mismo año, a partir de una propuesta de la Universidad Nacional a la Secretaría de Movilidad (Semovi) de la CDMX, los conductores pueden recuperar aquel puntaje perdido (y necesario para verificar su automóvil) tras participar en un curso que gira en torno a la narración y escucha de textos. Por cada hora de taller a la que se asista, los infractores obtienen un punto de vuelta.
La iniciativa lleva por nombre Proyecto LEO (acrónimo formado a partir de las tres habilidades a desarrollar en dichas sesiones: Lectura, Escritura y Oralidad), se imparte en el corazón de Ciudad Universitaria y, a la fecha, ha recibido a más de mil sancionados que, como Bertha, buscan reparar sus transgresiones al reglamento de tránsito con actividades de índole cultural.
“Casi un 95 por ciento de quienes vienen son profesionistas que creen que, por haber cursado una carrera universitaria, saben leer, pero pronto se desengañan pues la lectura en silencio y la ejecutada en voz alta son muy diferentes. A diferencia de la primera, que es solitaria, la segunda te obliga a sentir lo narrado y hace que los escuchas, sin tener un libro en las manos, se transformen en lectores a partir de lo que tú les lees y ellos imaginan”, explica Lizbeth Nájera Mancilla, encargada de impartir los talleres.
Las Fotocívicas son un programa de la Semovi que, más que amonestar monetariamente a los automovilistas de la capital, le apuesta a generar conciencia y a modificar conductas al involucrarlos en cursos y jornadas de trabajo comunitario. Y si la meta es lograr cambios, Proyecto LEO da resultados, asevera Citlalli Duarte, una joven cuyo chaleco mitad guinda, mitad verde, la identifica como empleada del Gobierno de la CDMX.
“Yo me encargo de verificar que los infractores cumplan con sus horas de taller. Les paso lista y permanezco sentada aquí, afuera del salón, y algo pasa ahí dentro porque no falta aquel que sale de las sesiones con los ojos acuosos, con una sonrisa amplia o bien como si de pronto le invadiera mucha nostalgia, como si algo le hubiera tocado una fibra muy sensible”.
Lo que sucede —añade Lizbeth— es que cada material trabajado en el taller fue seleccionado para interpelar, de forma directa, a los participantes. Algunos tratan de cómo dañamos al planeta, otros van de seguridad vial, están los que promueven la empatía y también los que abordan los estragos del bullying o la violencia de género, entre muchos otros temas.
Compartir textos en voz alta, como sabe quien ha pasado por este proyecto, genera comunidad y expande horizontes, pues no importa si se trata de nómadas en torno a una hoguera o de ciudadanos del siglo XXI picoteando la pantalla de un móvil, a todos nos gusta escuchar historias, quizá porque en el fondo intuimos que sólo a través de ellas podemos vivir otras vidas, o porque nos permiten, al menos por un instante, escapar de la pequeña porción de mundo que nos tocó en suerte para conocer nuevas realidades.
Por su capacidad de hacer que nos pongamos en zapatos ajenos y de despertar inquietudes insospechadas, Walter Benjamin colocaba a los narradores en aquel círculo al que pertenecen “los maestros y los sabios” y, por la misma razón, lamentaba que el arte del buen narrar —ése que mantiene a las multitudes absortas y adheridas a sus asientos— se estuviese perdiendo, algo que, argumentaba, cualquiera de nosotros puede constatar si, a mitad de una reunión, se le pide a alguien contar una historia.
A fin de recuperar esta habilidad tan poco ejercitada, cada que imparte una sesión Lizbeth Nájera le demuestra a los participantes que leer en voz alta no es limitarse a enunciar con corrección lo impreso en una página, pues eso sólo nos lleva a recitar un poema o cuento con el mismo tono que usaríamos al desglosar una lista de compras. “Se trata de conectar con cada frase que llega a tus ojos, de habitar todas y cada una de las palabras”.
Bertha Ramírez confiesa que suele practicar en casa los ejercicios que le ha enseñado Lizbeth, los cuales incluyen colocarse un trozo de corcho entre los dientes y leer trabalenguas para mejorar su dicción, inflar globos para que no se le acabe el aire a medio texto o imaginar las inflexiones y el tono con el que hablaría el personaje de un relato para replicarlo y contar las cosas como si le hubiesen acontecido a ella. Como sugiere el escritor Javier Cercas: “Un libro es sólo una partitura y es el lector quien la interpreta”.
En la novela Fahrenheit 451, Ray Bradbury describía a un puñado de rebeldes que, de tanto narrarle a un grupo de escuchas la misma obra, terminaban por volverse ellos mismos el Tom Sawyer de Mark Twain, el Walden de Thoreau o el Quijote de Cervantes… Borges solía decir “somos lo que leemos”, y como bien podría agregar quien ha pasado por Proyecto LEO, “en verdad lo somos, en especial cuando lo hacemos en voz alta”.
El lector a domicilio
“Y todo empezó con un libro”, comparte Elsa Margarita Ramírez Leyva, quien además de directora general de Bibliotecas y Servicios Digitales de Información de la UNAM se describe como alguien siempre en busca de lecturas nuevas. “Eran los primeros días de diciembre de 2018, estaba en una librería y en la sección de novedades editoriales me salió al paso una novela: El lector a domicilio, de Fabio Morábito. El título me atrajo tanto que lo compré de inmediato y, ya en casa, me lo leí de un tirón”.
La historia trata de un hombre que, para pagar una multa de tránsito, debe visitar hogares y leerle a jubilados y enfermos, tarea que al principio acomete con desgano, pero que prefiere a la otra opción planteada por un juez de tribunales: “limpiar retretes en clínicas o reclusorios”. Con el correr de las páginas el protagonista, de nombre Eduardo, descubrirá el placer de la lectura, se involucrará con sus escuchas y se volverá un mejor narrador.
La profesora Ramírez recuerda que, no bien había colocado la novela en su pila de libros concluidos cuando, al revisar los periódicos, se enteró de que (mediante un decreto del 6 de diciembre de 2018) la Jefatura de Gobierno de la CDMX anunciaba el fin de las Fotomultas y la puesta en marcha de las Fotocívicas, programa que arrancaría en abril de 2019 y que permitiría a la gente reparar sus transgresiones viales con trabajo a favor de la comunidad.
“¡Justo como en la obra de Morábito!”, pensó la profesora Ramírez, quien de inmediato llamó a Lizbeth Nájera a fin de, entre ambas, poner en marcha algo similar. “Comenzamos a diseñar un programa para presentárselo a la Semovi. Seleccionamos textos que abordaran temáticas relacionadas con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de la ONU y, ya con una idea clara y una hoja de ruta, nos entrevistamos con ellos, les platicamos nuestros objetivos y recibimos luz verde. Para septiembre de 2019 nacía Proyecto LEO como una alternativa para los infractores”.
En sus cinco años de existencia, la iniciativa ha dado pie a un sinfín de vivencias, tantas que sus creadoras ya contemplan armar una publicación. Entre ellas están la del abuelo que comenzó a relatarle cuentos a sus nietos, la del hombre cuya salud mejoró al practicar los ejercicios de relajación que aprendió de la maestra Lizbeth o la de un integrante de la Universidad Autónoma Metropolitana que encontró la experiencia tan enriquecedora que ahora busca replicarla en su campus Azcapotzalco, proyecto que sería casi como trasplantar y cultivar un pedacito de la UNAM dentro de la UAM.
Uno de los más sorprendidos por el impacto del taller es Fabio Morábito, quien como autor de El lector a domicilio aún no digiere del todo que una obra suya haya dado pie a un programa avalado por la Secretaría de Movilidad, y ya con resultados tangibles. “Un día de estos me pasaré un alto para ser víctima de mi iniciativa y leer en voz alta algún texto”, bromea.
Como escritor que a diario ejercita la imaginación para hilar relatos, Morábito se dice intrigado por la cadena de eventos que hizo que una visita a la librería desembocara en lo que hoy es Proyecto LEO, pues incluso para alguien como él, tan proclive a fantasear, que una cosa así suceda le parece de lo más improbable. “¿Cómo esto que nació de la ficción se tradujo en algo tan concreto como el reglamento vial? ¡He ahí una buena historia!”.